Megan Dixon, de 20 años, fue hospitalizada a los 16 tras perder el habla y se le diagnosticó un trastorno neurológico funcional (TNF). En un principio se esperaba que pasara cuatro días en el hospital, pero no fue dada de alta hasta dos años después, completamente paralizada.
Los primeros síntomas aparecieron cuando Megan tenía 13 años. A los 16, su estado empeoró y fue hospitalizada por un presunto derrame cerebral. Durante su estancia en el hospital, perdió los movimientos, la vista y el habla. “Estuve ingresada cuatro días y me hicieron pruebas, y salí dos años después”, declaró a la BBC.
El diagnóstico fue FND, una enfermedad que afecta a la comunicación entre el cerebro y el cuerpo, causando síntomas como parálisis, convulsiones y dificultades motoras y sensoriales. “Mi cerebro no podía registrar la diferencia entre tener los ojos cerrados y abiertos”, explica.
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En la fase más grave de la enfermedad, Megan sufría hasta 50 convulsiones al día y era alimentada por sonda. A los 18 años la trasladaron a una clínica neurológica de Peterborough, al este de Inglaterra. “Estaba paralizada del cuello para abajo. No podía ver ni hablar. Llegué al punto de casi morir en el hospital, mi cuerpo dejó de funcionar”, relata.
Hoy, tras 18 meses de tratamiento intensivo, Megan puede volver a hablar, ver y mover partes de su cuerpo, aunque sigue sin poder andar. “Tengo contracciones en las rodillas. Tengo las piernas atascadas, estiradas. Necesito operarme para poder doblarlas”, explica.
La joven se prepara ahora para irse a vivir con su novio y quiere convertirse en manicurista. “Estoy ahorrando para hacer un curso online. Cuando mis padres me llevaron a la clínica, pensaron que sería mi casa para el resto de mi vida”, afirma.
Hoy, Megan comparte su rutina en las redes sociales: “Cada pequeña victoria, ya sea mover un dedo, decir una palabra o simplemente sobrevivir un día más, merece ser celebrada”.