Beck Weathers, un patólogo originario de Texas, protagonizó una de las historias más impactantes del alpinismo mundial al sobrevivir a dos abandonos en el Monte Everest durante una trágica expedición en 1996. La aventura, liderada por el alpinista neozelandés Rob Hall, terminó en desastre cuando una tormenta azotó la montaña más alta del planeta.
Weathers, que se había sometido a una cirugía ocular antes del ascenso, sufrió problemas de visión por la altitud extrema, lo que le dejó casi ciego en plena escalada. Hall le indicó que esperara en el camino mientras él continuaba con el grupo. Sin embargo, Hall nunca regresó, ya que murió intentando salvar a otro alpinista. Su cuerpo permanece congelado en la montaña hasta hoy.
Durante la noche, una violenta tormenta arrojó a Weathers por los aires y lo enterró parcialmente en la nieve. Fue encontrado en estado crítico, con quemaduras severas y en coma hipotérmico, y fue dado por muerto por primera vez. A la mañana siguiente, otra expedición lo encontró y también lo consideró sin vida. No obstante, horas más tarde, Beck despertó y logró descender parte de la montaña por sí solo, sorprendiendo a todos al llegar al campamento base.
Las secuelas físicas fueron devastadoras: perdió el brazo derecho, todos los dedos de la mano izquierda, parte de los pies y del rostro, incluyendo el nariz, que fue reconstruido mediante injertos de piel. A pesar de ello, mantuvo el sentido del humor, diciendo a los rescatistas: “Me dijeron que este viaje me costaría un brazo y una pierna. Creo que conseguí un trato mejor”.
Tras el accidente, Beck Weathers se retiró del alpinismo y vive actualmente con su esposa, quien lo acompañó durante su recuperación. Aunque no logró su objetivo de escalar los “Siete Picos”, considera que ha conquistado la cima más importante: la de su propia supervivencia.


