Callitxe Nzamwita, un ruandés de 72 años, lleva aislado desde los 16 por una fobia intensa a las mujeres, denominada ginefobia.
Este temor se inició en la adolescencia con reacciones físicas y emocionales incontrolables y derivó en un autoaislamiento que ha marcado todas sus decisiones diarias.
Para evitar el contacto, construyó barreras alrededor de su vivienda y solo sale a recoger alimentos cuando comprueba que no hay mujeres cerca; son sus vecinas quienes se los entregan y garantizan su supervivencia.
La ginefobia puede desencadenar taquicardia, pánico y un aislamiento cada vez mayor si no se aborda a tiempo. A menudo está relacionada con traumas infantiles y se ve agravada por factores culturales y sociales.
Existen tratamientos efectivos, como la terapia cognitivo-conductual, que pueden ayudar a superar este miedo. El caso de Nzamwita pone de manifiesto cómo una fobia sin tratar puede convertirse en una prisión invisible y subraya la importancia de buscar ayuda profesional.


