
La primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, durante una rueda de prensa en Tokio. (Foto: Instagram)
La primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, protagoniza una fuerte escalada diplomática al declarar en octubre que Japón respondería militarmente si China intenta un bloqueo naval o toma de Taiwán, al considerar que ello amenaza la propia supervivencia del país. Pekín tachó sus palabras de provocación y exigió una retractación inmediata a través de su portavoz Lin Jian, quien advirtió de “contramedidas resueltas” y urgió al Gobierno nipón a cesar injerencias en sus asuntos internos.
En noviembre se detectó un dron chino entre la isla de Yonaguni y Taiwán, lo que llevó a la Fuerza Aérea de Autodefensa de Japón a movilizar cazas, y a principios de diciembre se produjeron enfrentamientos navales con embarcaciones armadas de ambos bandos en el Mar de China Oriental. China y Japón ofrecen versiones contrapuestas de aquel incidente.
El presidente de EE. UU., Donald Trump, conversó con Xi Jinping subrayando la importancia de la “orden internacional posguerra” y, desde la Casa Blanca, la nueva estrategia de seguridad nacional prioriza disuadir un conflicto sobre Taiwán. El presidente taiwanés, Lai Ching-te, aprobó un presupuesto especial de defensa de aproximadamente 37 200 millones de euros, y EE. UU. autorizó ventas de armamento por unos 10 300 millones de euros, su mayor paquete hasta la fecha.
A pesar de la tensión, Takaichi afirmó el 18 de diciembre que Japón mantiene “una relación constructiva y estable” y está “siempre abierto al diálogo”. El politólogo Maurício Santoro equipara el escenario con la guerra en Ucrania: estricta defensa de territorios próximos para evitar que una agresión en Taiwán debilite a Japón.


