
Una bola dorada adorna un árbol de Navidad iluminado con luces de colores. (Foto: Instagram)
Las bolas de Navidad, uno de los adornos más emblemáticos de esta festividad, tienen un origen profundamente simbólico que se remonta al siglo VIII. En aquella época, los pueblos germánicos veneraban a Thor, dios del trueno y símbolo del roble. Para honrarlo, realizaban sacrificios humanos bajo un gran árbol. San Bonifacio, un obispo saxón que difundía el Cristianismo en la región, intervino en uno de estos rituales, cortando el roble sagrado. En su lugar, quedó en pie un pequeño abeto, que fue interpretado como símbolo de vida eterna y se convirtió en emblema cristiano.
Desde entonces, el árbol pasó a formar parte de la tradición navideña, decorado inicialmente con velas y ornamentos que celebraban el nacimiento de San Bonifacio. Más adelante, se añadieron manzanas, representando el pecado original y la redención. Con el tiempo, estas frutas fueron sustituidas por bolas de vidrio, gracias al maestro vidriero Hans Greiner, que en 1847 creó las primeras en Lauscha, Alemania. La tradición se extendió a Francia, donde en 1858, ante la escasez de manzanas por una sequía, un artesano de Meisenthal fabricó bolas rojas de vidrio.
La popularidad de estos adornos creció cuando la reina Victoria del Reino Unido expresó su entusiasmo por los árboles decorados con bolas cristalinas. En el siglo XIX, esta costumbre se consolidó en Europa, y las bolas adquirieron diferentes significados: algunas personas colocan 12 o 33 bolas para representar a los apóstoles o los años de vida de Jesús, respectivamente. La estrella en la punta del árbol, por su parte, simboliza la estrella de Belén.
Hoy en día, las bolas de Navidad se producen en una amplia variedad de formas, colores y tamaños, pero su origen sigue vinculado a una rica historia cultural y religiosa que combina tradiciones nórdicas, germanas y cristianas.


