La brutal muerte de Iryna Zarutska, una refugiada ucraniana de 23 años, ha conmocionado a Estados Unidos. Zarutska fue apuñalada múltiples veces por Decarlos Brown Jr., de 34 años, mientras viajaban en un tren en Carolina del Norte. Imágenes de seguridad muestran a Brown sentado detrás de la víctima antes de cometer el ataque. Ambos no se conocían previamente.
El acusado fue detenido poco después del crimen y enfrenta cargos por homicidio en primer grado, además de delitos federales por el uso del transporte público para cometer el asesinato. En conversaciones telefónicas con su hermana, Tracey Brown, el agresor expresó delirios paranoicos, alegando que el gobierno había implantado “materiales” en su cuerpo que controlaban sus acciones. Afirmó no tener control sobre sí mismo en el momento del ataque y que se dirigía al hospital para solicitar que le extrajeran esos supuestos dispositivos.
Tracey Brown confirmó que su hermano padecía trastornos mentales severos y que había intentado ingresarlo en centros psiquiátricos en repetidas ocasiones. Sin embargo, denunció que las instituciones lo liberaban tras apenas 24 horas, lo que, según ella, contribuyó directamente a la tragedia. “Era un riesgo alto. No estaba en su sano juicio. No era seguro para la sociedad”, declaró.
El caso ha generado un intenso debate público sobre las deficiencias del sistema de salud mental en Carolina del Norte y en Estados Unidos en general. La administración del presidente Donald Trump enfrenta críticas por la falta de recursos y protocolos eficaces para tratar a personas con enfermedades mentales graves antes de que representen un peligro para otros.
La trágica muerte de Zarutska ha puesto en evidencia la necesidad urgente de revisar las políticas públicas en materia de salud mental, así como de reforzar los controles de seguridad en los sistemas de transporte público para prevenir actos violentos como este.