Roseana Spangler-Sims, una mujer de 72 años residente en California, tomó la decisión de poner fin a su vida tras ser diagnosticada con cáncer de páncreas en fase terminal. Después de 18 meses de tratamientos sin éxito, optó por acogerse a la Ley de Ayuda Médica para Morir (MAID), legal en su estado, y programó su fallecimiento para finales de agosto.
Con el objetivo de mantener el control sobre sus últimos momentos, Roseana organizó meticulosamente su despedida. Donó todas sus pertenencias y ofreció su cuerpo a la investigación científica en la Universidad de California, en San Diego. Se trasladó a una casa cercana al Monte Palomar, al norte de San Diego, donde pasó las dos últimas semanas de vida rodeada de su hijo, su nuera y la hermana gemela de esta.
Durante ese tiempo, la familia compartió recuerdos, revisó fotografías y objetos antiguos, y celebró una “vigilia en vida”, una especie de homenaje anticipado a su trayectoria vital. Para el día de su muerte, Roseana preparó un ritual espiritual dirigido por una doula de la muerte, Melissa McClave, y un facilitador de psilocibina, quien administraría una microdosis de esta sustancia en una ceremonia de purificación con salvia, a modo de extremaunción moderna.
El procedimiento incluía la ingesta de un medicamento contra las náuseas, seguido por una solución letal compuesta de sedantes y narcóticos mezclados con zumo de uva blanca. El lugar elegido fue una cama hospitalaria instalada en la terraza de la casa, con vistas al bosque y a comederos de colibríes.
Roseana expresó sentirse en paz y con ilusión ante la perspectiva de su partida, describiéndola como “una nueva aventura”. Afirmó estar lista para “desaparecer” y deseaba que su familia la recordara con calma y aceptación. “No puedo esperar a que mi cuerpo simplemente se derrita. Será un alivio”, dijo.
Su historia pone de relieve el derecho a la autonomía en el final de la vida y la posibilidad de afrontar la muerte con dignidad, conciencia y serenidad, incluso en medio de una enfermedad incurable.