Uno de los casos más impactantes de la medicina forense en Nueva York fue narrado por la médica legista Judy Melinek en su libro autobiográfico. El suceso ocurrió en 2002 y tuvo como víctima a Sean Doyle, quien murió de forma trágica y poco común tras una pelea con un amigo.
Después de una noche de copas, el amigo de Doyle lo acusó de haber coqueteado con su novia. En medio del altercado, lo empujó dentro de una alcantarilla abierta. La caída de aproximadamente 5,5 metros no fue letal de inmediato. Sin embargo, en el fondo del pozo lo esperaba un destino aún más terrible: agua hirviendo a unos 150 °C, procedente de una tubería rota del sistema urbano.
Doyle permaneció consciente tras la caída y fue literalmente cocido vivo. Los equipos de rescate tardaron cerca de cuatro horas en llegar hasta él, debido al vapor abrasador que invadía el lugar. Durante la autopsia, los forenses descubrieron que el cuerpo presentaba quemaduras severas por casi toda su superficie. La piel se desprendía y los órganos internos estaban cocidos. La temperatura corporal registrada fue de 51 °C, aunque se estima que la real era aún mayor, ya que ese era el límite del termómetro utilizado. Melinek describió la escena afirmando que el cuerpo parecía haber sido “cocido como una langosta”.
El agresor fue acusado de homicidio en segundo grado. Para la doctora Melinek, este fue uno de los casos más perturbadores de su carrera, al punto de provocarle pesadillas tras realizar la autopsia. En su libro, también comparte otros relatos impactantes de su trayectoria profesional, como el comportamiento de las mascotas tras la muerte de sus dueños. Según sus observaciones, mientras los perros tienden a esperar junto al cuerpo, los gatos pueden llegar a alimentarse de él.
El caso de Sean Doyle pone de manifiesto no solo la brutalidad de ciertas tragedias urbanas, sino también el profundo impacto emocional que enfrentan a diario los profesionales forenses.