En 2011, Debbie Stevens, una publicista de 47 años de Long Island, Nueva York, tomó una decisión altruista: donó uno de sus riñones como parte de un programa de donación cruzada. Aunque su órgano no fue directamente a su jefa, Jacqueline Brucia, su gesto permitió que esta recibiera un riñón compatible tras años en lista de espera.
La motivación de Debbie fue la amistad que mantenía con Jacqueline y la gravedad de su estado de salud. Sin embargo, menos de un año después del procedimiento, Debbie fue despedida de la concesionaria donde trabajaba, lo que generó una gran polémica.
Durante el proceso de recuperación, Debbie experimentó dolores persistentes y problemas gastrointestinales. Según relata, la empresa no respetó el tiempo de baja médica y la presionó para reincorporarse antes de lo recomendado por los médicos. En abril de 2012, fue oficialmente despedida.
Ante esta situación, Debbie llevó el caso a los tribunales, alegando discriminación y violación de derechos laborales. El organismo estatal de derechos humanos detectó indicios de irregularidades en la actuación de la empresa. Finalmente, en 2014, ambas partes llegaron a un acuerdo confidencial para cerrar la disputa.
Debbie declaró al diario Daily Mail sentirse traicionada, y aseguró que la justificación de su jefa para el despido fue evitar aparentes “privilegios” frente a otros empleados. Más de una década después, la historia ha resurgido en redes sociales, despertando una ola de críticas hacia la exjefa por su actitud.
El caso ha reabierto el debate sobre el trato laboral tras actos de generosidad extrema, y sobre la ética empresarial en situaciones personales tan delicadas. Aunque no se conocen los detalles del acuerdo alcanzado, el impacto emocional y social del suceso continúa generando reacciones.