Virginia “Ginny” McCullough, de 36 años, ha sido condenada a un mínimo de 36 años de prisión en el Reino Unido por el asesinato de sus padres, John y Lois, en 2019. El crimen, ocurrido en la localidad de Great Baddow, Essex, conmocionó al país no solo por su brutalidad —John fue envenenado y Lois golpeada con un martillo— sino también por el hecho de que Ginny convivió con los cadáveres durante cuatro años, ocultándolos en su domicilio mediante métodos grotescos para frenar la descomposición visible.
Durante ese tiempo, Ginny llevó una vida aparentemente normal, engañando tanto a vecinos como a familiares. Alegaba que sus padres se habían mudado, respondía llamadas haciéndose pasar por su madre e incluso concertaba citas médicas falsas. La investigación reveló un móvil económico: Ginny desvió más de 150.000 libras (aproximadamente 175.000 euros) de las pensiones de sus padres para saldar supuestas deudas de juego.
El caso ha recobrado notoriedad gracias al documental “Confesiones de una Asesina de Padres”, producido por Paramount+, que incluye una carta escrita por Ginny desde la prisión. En ella, relata una infancia marcada por abusos físicos y emocionales, negligencia y humillaciones. Describe un ambiente familiar tóxico, con un padre alcohólico y una madre con un trastorno obsesivo-compulsivo severo. Según Ginny, su decisión de matar a sus padres fue motivada por el deseo de escapar de esa realidad y encontrar “tranquilidad”.
Afirma haber sentido alivio tras cometer los asesinatos, al experimentar por primera vez el silencio y la paz. Sin embargo, expertos ponen en duda la autenticidad de sus palabras, señalando posibles rasgos de psicopatía y una tendencia a la mentira patológica. Durante el juicio, Ginny llegó a declarar que merecía cadena perpetua, reconociendo que ni siquiera eso compensaría la culpa que siente.
La carta ha generado controversia: ¿es un testimonio sincero o una estrategia manipuladora para controlar la narrativa? El caso sigue siendo un inquietante recordatorio de los horrores que pueden esconderse tras una apariencia de normalidad.