En julio de 1945, el crucero pesado USS Indianapolis fue protagonista de uno de los episodios más trágicos de la Segunda Guerra Mundial y del que se considera el ataque de tiburones más letal jamás registrado. Tras completar una misión ultrasecreta —la entrega de componentes de la bomba atómica “Little Boy” en la isla de Tinian—, el navío fue torpedeado por el submarino japonés I-58 mientras se dirigía en solitario hacia Filipinas. Se hundió en tan solo 12 minutos.
De los 1.196 tripulantes a bordo, unos 300 murieron al instante. Los aproximadamente 900 supervivientes quedaron a la deriva en el océano Pacífico, sin botes salvavidas, expuestos al sol abrasador, la sed extrema, la hipotermia y, sobre todo, al ataque de tiburones. Los primeros en llegar fueron tiburones de puntas blancas oceánicos, atraídos por la sangre y el movimiento de los heridos. Los marineros intentaron defenderse formando grupos y turnos de vigilancia, pero con escaso éxito.
Durante los siguientes cuatro días, muchos murieron por heridas, agotamiento o desesperación. Los cuerpos eran alejados para evitar atraer más tiburones, y algunos testimonios relatan cómo los propios supervivientes empujaban los cadáveres lejos del grupo. Se estima que entre varias decenas y hasta 150 marineros fueron devorados por tiburones.
La tragedia se agravó por un error de comunicación: la Marina de Estados Unidos desestimó una alerta japonesa sobre el hundimiento, creyendo que era una trampa, lo que retrasó el rescate. Solo el 2 de agosto, un avión de patrulla detectó por casualidad a los náufragos. De los casi 900 que flotaban en el mar, solo 316 fueron rescatados con vida.
Este suceso inspiró la famosa escena del personaje Quint en la película “Tiburón” (1975), donde narra su experiencia traumática. En 2017, los restos del USS Indianapolis fueron hallados a 5.500 metros de profundidad en el mar de Filipinas, siendo hoy considerados un lugar sagrado de descanso para los caídos.